martes, 8 de junio de 2010

Nuevos tiempos

Cambiando bastante la dirección de este blog, es decir saliendome de la línea habitual, quiero hacer una reflexión e invitar a la reflexión sobre lo que está ocurriendo en la esfera de lo político y de lo económico. ¿Acaso estamos viviendo, mediante la crisis, un proceso histórico que conduce al triunfo de lo económico sobre lo político? ¿Se está cumpliendo la máxima de la ideología liberal que pregona la supeditación de lo político a lo económico?

Durante la mayor parte de la historia de la humanidad el "pasado" era el referente. Desde los albores de la historia hasta el fin de la Edad Media la sociedad vivía en función del pasado. El pasado y la tradición determinaban la vida cotidiana y la esperanza de una vida mejor se relegaba a un periodo eterno que ocurriría tras la muerte. La promesa de una vida mejor se encontraba en el "cielo". Tras el renacimiento, algunos osaron pensar que era posible un mundo mejor aquí en la tierra. Se empezó a pensar en un futuro mejor: el progreso de la humanidad nos llevaría a un futuro terrenal mejor. Nacieron las ideologías y las diferentes revoluciones intentaron instaurar la "felicidad en la tierra". Pero, tras la caida del muro de Berlín y la desaparición de la alternativa comunista un nuevo tiempo impuso su presencia: el presente. Las ideologías ya no se proyectan en el futuro, sólo queda el presente y nadie transmite nada referido a construir una sociedad más libre, más igualitaria en el futuro.

Tras la segunda guerra mundial, la socialdemocracia ayudó, en Europa, a construir la sociedad del bienestar. Esa sociedad fue la forma de contentar a los ciudadanos para que no cayeran en la tentación comunista. ¿Pero una vez desaparecida la opción comunista, de que sirve la soicialdemocracia? ¿No existe en el estado de bienestar espacios de dominio público que puedan privatizarse para obtener nuevos y mayores beneficios por parte de las entidades capitalistas?

¿No ha llegado la hora de privazar lo público para sacar nuevos beneficios? Así el desmantelamiento del estado del bienestar se realiza para obtener nuevos beneficios de la privatización de la sanidad, de la educación, etc.
Ha llegado el momento del triunfo del gran sueño liberal: el prodominio de la economía sobre la política. En este contexto la política debe de gestionar un Estado mínimo en el prevalezcan las fuerzas de seguridad que deben de garantizar esencialmente el control de aquellos que no acepten la nueva realidad del presente: el dominio de las empresas transnacionales que hacen su juego en los mercados.


"El liberalismo, en términos históricos, no es que reivindique la libertad de los individuos, sino que lo que realmente reivindica es la libertad de las nuevas fuerzas de poder que nacen frente al Estado y de quienes las manejan. De ahí que la crítica liberal al poder del Estado enmudece frente a las concentraciones de poder, a menudo mucho más poderosas, de las empresas transnacionales. El liberalismo ha constituido el armazón intelectual para justificar la emancipación de la función económica respecto de lo político. La estrategia seguida es criticar "al poder" personificado en exclusiva por el Estado –jamás por los mastodónticos trusts bancarios o las multinacionales- subrayando su "ineficacia" y los peligros de la "ausencia de límites del poder".

Además, el liberalismo aspira a vaciar al Estado de todo contenido político y relegar lo político a una esfera subordinada a los intereses económicos. La jerarquía natural queda así invertida, de manera que el Estado y su gobierno solo deben mantener la seguridad y la paz que garanticen la libertad de comercio. La función gubernamental bascula desde el Estado hacia los gurús de la economía, donde está la verdadera ley determinante de lo social, hasta que el Estado mismo se ve relegado a un mal necesario y llevadero, en trance de desaparecer, en la misma línea que la "sociedad sin clases" del marxismo.

Esta visión de las cosas, tan crítica en apariencia con las "desigualdades humanas", sustituye las desigualdades no económicas –consideradas despectivamente como "privilegios"- por otras económicas. El éxito económico es el éxito sin más y son las leyes de la economía quienes seleccionan a "los más capaces". La desigualdad económica, que en otro tiempo solo se justificaba por la desigualdad espiritual, pasa a ser la única válida y las aristocracias de todo tipo desaparecen mientras se implementa, con pretensiones de universalidad, la jungla económica en nombre de la "libertad" y la "igualdad". Los que fracasan en semejante entorno son solo adscribibles al club de los "perezosos" o al de aquellos que no han sabido "adaptarse al mercado". En la selva económica desaparece cualquier signo de identidad colectiva no económica. Entre el "individuo" y la "humanidad" no existe más que el Estado, un mal relativamente tolerable, pero jamás el pueblo. Los pueblos, las culturas, las étnias, etc, pasan a ser sustituidos por meros agregados de ciudadanía en los que prima el interés individual. Los "derechos del hombre" se refieren exclusivamente al individuo aislado "libre e igual". Los pueblos se transforman en "la población" y los compatriotas son ahora "los ciudadanos" o "los habitantes". La "soberanía nacional" es ahora el agregado de los millones de voluntades manipulables de los "individuos" que delegan en un poder abstracto, el cual rinde cuentas como si fuera un consejo de administración de un banco. "

Así los próximos meses son cruciales para la historia de la humanidad. Aprovechando la crisis, el liberalismo económico se impone después de haber vaciado en su beneficio al Estado, después de haberse apropiado del dinero público para, con él, realizar la mayor ofensiva histórica contra todo lo "púbico".