Una de las aproximaciones que puede aplicarse a la arquitectura es verla como el arte de proyectar y construir edificios o espacios para el uso del hombre. Edificios y espacios que van sumándose y definiendo el espacio urbanizado, es decir la ciudad. El espacio físico que reconocemos como “ciudad”, en el sentido tradicional, constituye el “nicho ecológico” construido de la especie humana y, por consiguiente constituye el espacio social por excelencia, razón por la cual el asentamiento humano tiende a organizarse en “ciudad” para garantizar la evolución de la especie en tanto seres racionales.
Ese nicho ecológico, esa ciudad, se configura en el espacio humano por excelencia, en el espacio dónde se desarrolla la civilización y sus procesos. Pero estos no se realizan de forma armónica y lineal y se producen tensiones y disfunciones en el plano social pero también en el espacio físico de la ciudad dónde se visualizan esas tensiones y disfunciones. De tal forma que los espacios internos de la ciudad se van especializando y van siendo ocupados de distinta forma en función del uso y funciones que los ocupantes, es decir los habitantes, les van dando. A medida que evoluciona en el tiempo la historia, esta se refleja también en la ciudad y en su estructura. La ciudad, como escenario donde se desarrollan esencialmente los procesos de civilización, refleja en su estructura los desgarros, disfunciones y diversidades sociales que se van produciendo a medida que se desarrolla la historia. Por eso, si en la sociedad hay grupos más opulentos y grupos más pobres, también se aprecian en la ciudad barrios ricos y barrios pobres. Las partes de la ciudad, a medida que va creciendo la complejidad producida por el desarrollo de la historia, también se especializan. Los procesos económicos en función de la rentabilidad, influyen en especializar los barrios urbanos en función de los intereses y de la maximización de los mismos.
Desde esta perspectiva la arquitectura puede optar por no quedarse aislada en la producción de piezas o espacios independientes. En efecto, la ciudad, que es la obra del hombre por excelencia, es el resultado de la suma de las actuaciones de este, siendo la más visible la realizada por la arquitectura. Hacer arquitectura es escribir en el espacio. En el espacio queda la visualización de la forma de organizarse del hombre. La plasmación de esa forma de organización en tres dimensiones es la ciudad. Por eso la arquitectura puede no tenerse que ver como la forma de proyectar edificios concretos. La arquitectura puede tener y tomar conciencia de su decisivo influjo en la plasmación concreta, no sólo de la pieza arquitectónica en si, si no del conjunto de la ciudad. Así, cada vez queda más claro que los edificios singulares, incluso los conocidos como edificios de “prestigio”, pueden tener la capacidad de orientar la ciudad en la que se realizan hacía nuevas funciones, y de proyectar una imagen diferente de esa ciudad de la que había tenido en el pasado.
Edificios y actuaciones arquitectónicas tienen la capacidad de modificar el espacio, inmediato, de barrio o de ciudad, en función de su potencia construida y funcional. La arquitectura, por lo tanto, influye en el escenario urbano para modificarlo y presentar una imagen determinada. La arquitectura es una herramienta esencial para realizar el urbanismo. Su impronta definirá la visión que se tiene de una ciudad o de una parte de ella. Así los barrios ricos o pobres son representados por un diferente tratamiento del mismo en función de la arquitectura que en ellos se haya realizado.
En este sentido puede reivindicarse que el arquitecto tenga también conciencia de urbanista y sepa, a ciencia cierta, que de una u otra forma influye de tal manera en la ciudad y en sus partes, es decir en los barrios, que está determinando con la creación arquitectónica en las funciones urbanas de la ciudad y de sus partes.
Pero la ciudad es una construcción humana compleja y las funciones que en ella se dan son también complejas. El arquitecto tiene mucho que decir en esa construcción social que es la ciudad, pero también otros “especialistas” construyen ciudad. En ese sentido la construcción de la ciudad y de sus barrios puede ser una buena labor colectiva que pretenda movilizar los recursos para presentar espacios urbanos dónde la convivencia sea más fácil y el bienestar menos difícil de alcanzar. La especialización urbana y la creación consiguiente de barrios concretos y diferentes es producto de la historia, pero es producto de una intervención histórica sesgada que profundiza en la segregación social y espacial y que produce barreras o rupturas urbanas que acentúan esa segregación.
Los esfuerzos de cohesión social pasan también por cohesionar la ciudad y poner en relación sus barrios. Pasa por coser la ciudad por encima de las rupturas urbanas. Pasa por recomponer las piezas, los barrios, e integrar todo el espacio urbano poniendo por encima de todas las funciones la propia función urbana. Porque la ciudad, siendo el espacio humano por excelencia, también es el espacio dónde se visualizan las diferencias, las crisis y las fracturas. La recomposición de los barrios más desfavorecidos de las ciudades necesita de la intervención de los arquitectos para que con sus piezas se proceda a la costura, a la reunificación con las demás partes de la ciudad. Pero esta recomposición no puede hacerse sólo desde la perspectiva sectorial de la arquitectura, como tampoco se puede hacer, para ser eficaz, desde la perspectiva sectorial de otra ciencia, ya sea la economía, el trabajo social, etc.
Es desde una perspectiva integrada como se propone la intervención social y urbana para recomponer los barrios desfavorecidos, aquellos que han sido peor tratados en el reparto funcional del espacio. Desde esta lógica, de acciones integradas de desarrollo urbano, es desde dónde se propone la posibilidad de que equipos multifuncionales trabajen juntos para proponer intervenciones en el escenario urbano y con las personas que los ocupan con el fin de mejorar esos escenarios y la calidad de vida que en ellos se desarrolla.
La revitalización de los barrios en crisis desde una perspectiva integrada de actuación y con la intervención de equipos plurales puede ser una forma eficaz de reintroducir estos barrios en la dinámica general de la ciudad. Las perspectivas sectoriales, es decir las intervenciones sectorializadas, en especial aquellas que abordan los aspectos sociales sin tener en cuenta el entorno construido, muchas veces no alcanzan sus objetivos por no tener en cuenta el espacio urbano concreto en el que se producen. Pero también, la arquitectura que se despreocupa del entorno social en el que se inserta, a veces no permite cerrar las fracturas urbanas existentes y a veces incluso las provoca, ya que la ausencia de “conciencia” social, a veces, se transforma en instrumento inconsciente al servicio de las fuerzas económicas que tienden a repartir el espacio en función de su especialización.
A principios del siglo XXI ya no basta con intentar crear ciudad cosiendo sus diferentes partes, reintegrando los barrios desfavorecidos. Nuevos conceptos, cada vez más complejos, vienen a añadirse a la metodología sobre la cual crear una teoría de la construcción de la ciudad. Así, si en la segunda mitad del siglo XX se ha vivido una fase, en la que, por lo general la ciudad se “deconstruía”, en la actualidad parece que lo correcto es volver a construir una ciudad compacta, aunque sólo fuera para compensar los efectos perversos provocados en la fase anterior. En efecto el afán de crear nuevas formas de vida, identificadas con el bienestar individual, han provocado la dispersión de la ciudad por su entorno inmediato, la conquista de los espacios periféricos, cada vez más alejados de la ciudad centro, para “vivir de forma urbana” en espacios nuevos. Una de las consecuencias de esa conquista ha sido la desaparición de los paisajes rurales y su sustitución, no por paisajes urbanos consolidados, si no por paisajes rururbanos cuyo efecto más inmediato ha sido un considerable aumento de la energía utilizada para garantizar la existencia y la durabilidad de esos espacios nuevos. Así, la impronta ecológica de las nuevas formas de ciudad dispersa ha influido en un aumento brutal de la energía utilizada por las personas residentes en esos entornos. El hecho de que hay que utilizar el vehículo para todo es un ejemplo claro.
Pero aunque los transportes individualizados provocados por las nuevas formas de urbanización, tan de “moda” en la última mitad del siglo XX, son una fuente enorme de despilfarro de energía, las formas constructivas que se han derivado de esa “moda” también influyen enormemente en la huella ecológica negativa. Así la tendencia a la ocupación de un enorme espacio para situar en él legiones de construcciones habitacionales clonadas como son los “chalets”, individuales, pareados o adosados, genera un gran gasto energético. A los obligados largos desplazamientos se suma el uso de materiales constructivos esencialmente iguales en todas partes, independientemente de la latitud, longitud, altitud, insolación, dirección de vientos dominantes, etc. de dónde se construya.
Por lo tanto, aparece como necesario, introducir nuevos conceptos y adaptaciones urbanas para que la ciudad se resitúe como construcción del hombre en la línea del desarrollo innato a la especie humana, pero de un desarrollo que incorpore herramientas que faciliten la sostenibilidad, es decir el desarrollo sostenible.
lunes, 2 de febrero de 2009
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